Bolivia, 24 de enero de 2025.- En 1980, la joven de 14 años se sumergía en el mundo de la música con su amiga Anita, un canto compartido en el coro que la llevaría a ser parte de la historia de la tradición cultural de Bolivia. En un día soleado, su voz resonó en la grabación de una canción que inmortalizó la festividad de Alasita, una de las más importantes del país. Pero detrás de la ilusión del arte y el reconocimiento, un oscuro capítulo comenzaba a escribirse: su profesor y mentor, el admirado compositor, se convirtió en un hombre que traspasó la barrera de lo profesional para convertir la relación en algo completamente diferente.
«Alasita, ala plena, alasita, rebaja casera. Alasita, alarila, sé que el Ekeko cambiará mi vida.»
Lo que parecía ser una conexión artística y académica se transformó en una historia de abuso, cuando el hombre, que podría haber sido su protector, se convirtió en su agresor. El código penal ya hablaba de estupro, pero la denuncia, aunque fue hecha por su padre, fue rápidamente archivada. A los 15 años, su vida se tornó un doloroso juego de poder, donde la voz de una joven talentosa fue ignorada por el mismo sistema que debía protegerla.
Yo tenía 15 y el niñito cuzqueño casi 40. Colegiala, Oficial Mayor de Culturas. Dos universos incompatibles en la realidad cotidiana. Entonces la cancioncita sonó a corazón aturdido y roto que jamás aprendió armonía.
El arte salva y el arte mata, el arte aviva y apaga.
Años después, el destino la llevó nuevamente a las manos de su agresor, pero esta vez, convertida en una mujer adulta, con la fuerza suficiente para alzar la voz. En una oportunidad dentro del Conservatorio, el mismo hombre intentó robarle un beso, pero la joven ya no era aquella muchacha de 14 años. Esta vez, fue ella quien denunció, quien buscó respeto y dignidad en su camino hacia el conocimiento. El arte, que una vez la había cautivado, ya no la salvaba, pero sí le daba las armas para enfrentar la injusticia.
Hoy, 24 de enero, al recordar la canción que marcó su vida, la joven reconoce que Alasita es mucho más que un simple canto festivo. Es un himno que resuena con los ecos del poder, de las violencias silenciadas y de la necesidad de reconocer la dignidad y la autonomía de la juventud. Las notas de esa canción, ahora, se convierten en un grito de lucha y resiliencia.