Escrito por: Gabriel Rodriguez
La política boliviana ha ingresado a una etapa crítica que, más que una conclusión, representa una reconfiguración de las fuerzas estructurales que subyacen al sistema político. Hoy, con la posesión de Grover García como presidente del partido político MAS-IPSP, se cierra un capítulo marcado por una de las disputas internas más innecesarias y dañinas de las últimas décadas. Esta lucha, promovida por el afán de Evo Morales de perpetuar su influencia en el control del partido y, por extensión, del aparato estatal, no es un fenómeno aislado, sino un síntoma del colapso de los paradigmas que han dominado la política nacional.
La crisis interna del MAS se presenta como un microcosmos de una crisis política más amplia. La incapacidad de los liderazgos tradicionales para adaptarse a las demandas de un entorno sociopolítico cambiante ha desencadenado una serie de fracturas que no son accidentales, sino estructurales. Similarmente, la agrupación de Carlos Mesa, Comunidad Ciudadana, ha sido otra víctima de este proceso. Su alianza con Evo Morales en la Asamblea Plurinacional no solo debilitó su legitimidad ante sus bases, sino que expuso la fragilidad de los pactos que priorizan intereses personales sobre principios ideológicos. Mesa, que alguna vez encarnó la oposición más seria al proyecto político del MAS, terminó atrapado en una estrategia que sacrificó su credibilidad en el altar del pragmatismo. El punto de quiebre total de Comunidad Ciudadana fue al momento de apoyar por quinta vez la presidencia de Andrónico Rodriguez con el visto bueno del jefe de la agrupación.
El caso de Fernando Camacho es, quizás, aún más revelador. Su ascenso fue producto del fascismo visceral del año 2019, un momento que evidenció las profundas divisiones en el país. Sin embargo, la estructura de poder que consolidó su liderazgo en el oriente boliviano se construyó sobre bases igualmente endebles. Su partido, nacido de un discurso reaccionario y divisorio, no logró articular una propuesta de largo plazo que trascendiera la confrontación inmediata. Al igual que Morales y Mesa, Camacho se aferró al control vertical, relegando a nuevas voces y excluyendo perspectivas alternativas, lo que provocó un colapso inevitable.
Estos procesos no pueden entenderse como eventos aislados ni como simples errores de cálculo político. Son, más bien, manifestaciones de un fenómeno más profundo: la incapacidad de los liderazgos políticos tradicionales para responder a los cambios sociales y económicos que demandan nuevas formas de representación y gobernanza. La persistencia del «dedazo» como mecanismo de control interno revela un problema estructural: la concentración del poder en manos de una élite política que no solo es incapaz de renovarse, sino que además erosiona la confianza pública en las instituciones democráticas.
El fin de ciclo no debe interpretarse como una ruptura definitiva, sino como una transición hacia un nuevo equilibrio. La salida de figuras como Morales, Mesa y Camacho—ya sea de manera pacífica o abrupta—abre la posibilidad de un cambio generacional, ahora vemos con más proximidad la salida de otros actores como Samuel Doria Medina, Manfred Reyes Villa o Tuto Quiroga que igualmente llevan más de dos décadas de vida política.
El horizonte político de Bolivia hacia las próximas elecciones generales y subnacionales parece estar definido por un desencanto generalizado con las figuras tradicionales, lo que podría abrir espacio para nuevos liderazgos que, sin embargo, estarán inevitablemente moldeados por el legado de las luchas del pasado. El surgimiento de discursos anti-evismo, anti-mesismo y anti-camachismo reflejarán un rechazo visceral hacia viejos símbolos que sencillamente buscaron entornillarse en el poder.
Este momento exige una reflexión crítica, la salida de los actores tradicionales no resolverá automáticamente los problemas estructurales, pero ofrece una oportunidad para cuestionar las bases mismas del sistema político y generar un futuro que responda a las demandas que nuestra sociedad en general demanda.
La renovación es inevitable.